Por Liliana Fernández
Desde un punto de vista lingüístico, la lengua es considerada un sistema que permite la comunicación, la expresión de nuestros pensamientos, sentimientos y deseos. Por lo tanto, no hay una lengua que sea mejor o peor que otra. No cabe hablar de superioridad o inferioridad de una lengua respecto a otra e igualmente ocurre cuando se hace referencia a las variantes o dialectos de una lengua. Sin embargo, los hablantes tienden a desarrollar determinadas actitudes sociolingüísticas hacia su propia lengua y hacia las demás.
Ya he afirmado que las diferencias lingüísticas no evitan la inteligibilidad entre hablantes ashéninkas y asháninkas. Sin embargo, muchos hablantes, sobre todo asháninkas, señalan que no entienden a sus pares ashéninkas. La intercomprensión lingüística entre las variedades lectales depende de la distancia geográfica y tiempo de permanencia en un lugar. Asimismo, depende del grado de contacto que el ashéninka haya tenido con hablantes de otras comunidades: a mayor contacto, mayor inteligibilidad. Esto se ha hecho más común en los últimos años debido a la construcción de carreteras en el interior del Gran Pajonal, lo cual ha permitido el desplazamiento constante de la población hacia las ciudades para trabajar o estudiar sobre todo en la época de lluvias: diciembre-marzo.
Cuando se preguntaba por la intercomprensión lingüística, la respuesta era definitivamente subjetiva. Tanto ashéninkas como asháninkas señalaban no comprenderse mutuamente y que por lo tanto se trataba de dos lenguas distintas. Los líderes eran más cautos al señalar que, aunque con dificultad, si ponían atención, sí podían comunicarse. Sin embargo, esa distinción de habla era fundamental para autoidentificarse y reconocerse unos a otros como ashéninkas o asháninkas. Incluso cuando se trabajaba con corpus armados, algunos líderes podían señalar que tal o cual expresión correspondían a la forma de hablar en una determinada cuenca.
Las actitudes lingüísticas son un indicador social importante para entender la valoración que tienen los hablantes de las lenguas que usan en los distintos contextos de interacción verbal. Es interesante remarcar que muchos jóvenes son conscientes de la importancia social de hablar bien castellano, porque esto les permitirá desenvolverse mejor cuando salgan de sus comunidades. Igualmente, son muy perceptivos al notar las diferencias dialectales del castellano entre sus docentes y al comparar estos dialectos con la forma de hablar de quienes visitan sus comunidades.
En el colegio secundario Mañarini-B de la C. N. Ponchoni, los jóvenes que dominan bien el castellano, se comunican en esa lengua. Otros prefieren hablar en ashéninka. Esto genera diferenciación entre ellos, ya que muchos de los que se comunican en ashéninka lo hacen porque su dominio del castellano es deficiente y se sienten más cómodos expresándose en su lengua materna. No obstante, son vistos por los demás como menos civilizados. Esto genera dos reacciones: que el joven se sienta agredido y no vuelva más a la escuela o que se esfuerce por superar esta barrera impuesta por sus coetáneos.
Aunque en los últimos años se observa que cada vez es más frecuente que los jóvenes ya no hablen en la lengua indígena, los líderes promueven que ellos tomen otra actitud hacia su lengua debido a las ventajas que pueden tener como hablantes indígenas. Entre los beneficios que pueden obtener figuran el acceso a una educación superior gratuita, trabajo inmediato en la región, asumir cargos políticos, etc. Lo que hacen estos líderes se asemeja a lo que Kymlicka (1996) distingue como reivindicaciones de un grupo étnico o nacional. Se puede considerar dos tipos de reivindicaciones para proteger la estabilidad de comunidades nacionales o étnicas, pero que responden a diferentes fuentes de inestabilidad.
El primero “implica la reivindicación de un grupo contra sus propios miembros” con el objetivo de proteger al grupo del “impacto desestabilizador del disenso interno” (p. 58), por ejemplo, la decisión de los miembros individuales de no seguir las prácticas o las costumbres tradicionales, no hablar más ashéninka; el segundo “implica la reivindicación de un grupo contra la sociedad en la que está englobado” para proteger al grupo “del impacto de las decisiones externas” (p. 59), por ejemplo, las decisiones políticas y económicas de la sociedad mayor. Esto que señala Kymlicka, se estaría dando en escala local dentro del Gran Pajonal, principalmente entre generaciones.
Fuente: Fernández, L. (2017). Construcción identitaria de los jóvenes ashéninkas del Gran Pajonal en el siglo XXI. Pp. 105-107. (Tesis de maestría) UNMSM. Lima.
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