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Educación tradicional en ashéninka

Aminataantsi, Kemaantsi y Antaantsi

Por Liliana Fernández

En el pueblo ashéninka, he podido reconocer el proceso de producción y transmisión del conocimiento tradicional mediante tres verbos: aminataantsi que significa ‘mirar/buscar’; kemaantsi, ‘escuchar/entender’; antaantsi, ‘hacer’. Estos lexemas dan cuenta del proceso de la educación que reciben los hijos en casa, de cómo los saberes de la comunidad, del monte, del río se han transmitido de generación en generación solo mediante la observación y repetición de patrones conductuales.

Aminataantsi implica la observación del entorno y la búsqueda de algo que satisfaga una necesidad. La interacción social es la base de esta etapa del proceso de adquisición de conocimientos. Los hombres y mujeres cumplen roles específicos en la casa y en la comunidad. Los niños aprenden de sus padres en la interacción diaria con ellos. Las mujeres siguen a la madre y la ayudan cuando esta se los pide: prender la “candela”, atizar la leña y cocinar; ir a la chacra, sacar yuca, traer agua; preparar el masato. Cuando la niña tiene cinco años ya puede cargar al hermano recién nacido y ayudar a su madre quien tiene otras labores que cumplir. La niña observará cómo su madre hila el algodón y teje; cómo su madre mastica la yuca y el maíz; aprenderá las clases de plantas que hay: cuáles son buenas y cuáles no. Los niños a partir de la edad de cinco años, siguen a sus padres a la chacra, al monte cercano. Miran cómo su padre se desplaza en el monte, las trampas que hace, las flechas que elabora, cuál selecciona para una determinada presa. A la edad de ocho años ya pueden cazar aves, lo cual es una diversión y una forma de interrelacionarse con los más jóvenes y adultos quienes siempre caminan con su escopeta, arco y flechas, listos para cazar.

La observación es un proceso cognoscitivo de reconocimiento y aprehensión. Desde la infancia, el individuo reconoce los patrones de conducta y los conocimientos que le permitirán desenvolverse como un “buen o buena ashéninka”. Hay conocimientos o prácticas que corresponden a cada individuo según el género. Así, un niño no masticará camote para mezclarlo con yuca como lo hace una niña. Esta a su vez no tocará el arco y flechas de sus hermanos para atreverse a “flechar”.

Kemaantsi es escuchar con detenimiento. Cuando alguien aconseja o enseña algo, emplea la expresión kemaakena ‘me escuchaste, ¿no?’ para corroborar que su interlocutor está prestando debida atención. Entonces, el conocimiento local no solo consiste en observar, sino también en escuchar. Las madres, por ejemplo, dan instrucciones todo el tiempo a las hijas para que ayuden con los quehaceres domésticos. Igual ocurre con los padres. Estos deben advertir a sus hijos qué peligros pueden encontrar en el monte. Entonces, los niños deben escuchar a sus padres. Aquí observo un primer problema intergeneracional que ha roto el esquema de producción y transmisión del conocimiento tradicional. Los jóvenes ya no escuchan a sus padres. Viven una etapa de rebeldía y no quieren seguir los patrones establecidos en su comunidad, sino que van a la vanguardia, impulsados por una nueva economía de mercado que origina nuevas necesidades y que solo pueden cubrir rompiendo los esquemas conductuales de su nampitsi ‘comunidad/hogar’.

Hablan los sabios, los viejos, quienes poseen mayor experiencia. No hablan si no hay quien los escuche. El desinterés de muchos jóvenes, sobre todo de quienes viven próximos a áreas céntricas o carreteras, por acercarse a los viejos ha generado cambios socioculturales importantes. Algunos pensarán que “la cultura se está perdiendo” al ver que las jóvenes ya no saben hilar, menos tejer; que apenas pueden hacer una canasta o abanicos; que no reconocen las propiedades de las plantas; que ya no hay sheripiaripaeni ‘sabios curanderos’. La tradición oral ha perdido su fuerza; sin embargo, la cultura no se pierde, solo se transforma.

Antaantsi es el resultado de un aprendizaje vivencial. En la educación indígena tradicional, los niños y jóvenes aprenden haciendo todo el tiempo, imitando lo que ven a su alrededor. Están expuestos a los conocimientos locales, que su grupo social ha mantenido a lo largo de su existencia, pero, conforme crecen, los abandonan, modifican o reemplazan según sus propias necesidades. Niños y niñas aprenden el proceso de las actividades sociales y productivas al socializar con sus padres y otros adultos. En este contexto, ponen en práctica la división social respecto a los roles que cumplen en su comunidad según el género: la mujer asume el rol de administrar la casa y la chacra (ver Figura 15). Asimismo, la preparación del masato masticado es una cualidad propia de la mujer ashéninka para tener contentos y satisfechos a los miembros de su familia. El hombre, por su parte, asume la responsabilidad de ser el proveedor: construir la casa, hacer la chacra y prepararla, conseguir dinero trabajando fuera de la comunidad.
Figura 15. Madre e hija regresan a su casa trayendo yuca
Foto: Liliana Fernández/Año: 2012

Los conocimientos, prácticas, creencias, las relaciones entre los miembros de la sociedad ashéninka y con su medio ambiente en el keshii se han desarrollado gradualmente. Estos son el resultado de un proceso adaptativo y han sido trasmitidos de generación en generación mediante la lengua originaria como parte del desarrollo sociocultural de los ashéninkas. No obstante, este conocimiento no debe entenderse como algo estático, porque el conocimiento se encuentra sujeto a cambio. El ser humano puede modificar su conocimiento a través de la experiencia. De este modo, se han ido incorporando a la base original, las experiencias, interpretaciones y necesidades de las nuevas generaciones.

Es propio de las culturas y de su carácter dinámico que las experiencias concretas de vida se modifiquen. En este proceso, los jóvenes necesitan encontrar nuevos símbolos que traduzcan o expresen los significados que ellos mismos van atribuyéndole a las nuevas situaciones. Así, nuevas concepciones entran en conflicto con la concepción dominante de la comunidad y el resultado es la reelaboración de la misma por medio de la incorporación de nuevos símbolos. En el Gran Pajonal, estos cambios son conducidos principalmente por el hombre, quien inserta elementos de la modernidad a su cultura. La mujer, en cambio, cumple un rol más pasivo, dado que por su rol en la sociedad ashéninka se ve en la responsabilidad de cuidar la tradición a través de la enseñanza de la lengua materna a sus hijos, el conocimiento de las plantas del monte, la práctica de la cestería o tejido, según haya adquirido las destrezas necesarias de su madre o abuela.

Fuente: Fernández, L. (2017). Construcción identitaria de los jóvenes ashéninkas del Gran Pajonal en el siglo XXI. Pp. 123-126. (Tesis de maestría) UNMSM. Lima.

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